Contribución de la educación a un futuro más humano

En el presente documento se aborda el crecimiento y desarrollo personal desde una visión integral y plena, proporcionada por un enfoque interdisciplinar. Se presentan algunas de las contribuciones que la Educación puede brindar para construir un futuro más humano.

1. La necesidad de una concepción antropológica integral

Es necesario partir de una concepción del ser humano que no olvide ninguna de las dimensiones del mismo; esto es, partir de una concepción antropológica integral (Dosil, 2020) .

En una concepción antropológica colectivista, el ser humano es una pieza amorfa de un todo llamado sociedad, y adolece de falta de integración y equilibrio. No menos preocupante son otras maneras de entender la persona, con una clara incidencia en la educación, tal es la concepción economicista, para la que el ser humano se considera primaria y fundamentalmente un agente de producción y de consumo. Y así como en el caso anterior, una educación de calidad será aquella que tienda (procure) una igualación entre los individuos, en ésta su objetivo se centrará en desarrollar la capacidad productiva y adquisitiva de bienes de consumo.

No seré yo quien diga que eso es malo, pero lo que puede ser positivo en un nivel, puede tornarse negativo, e incluso perverso, cuando se le eleva a una categoría que no le corresponde; cuando, como en este caso, se considera la meta última a alcanzar, el sumun del crecimiento y del desarrollo personal.

Esta manera de entender al ser humano, desde mi punto de vista, parcial y miope, está presente en muchas esferas de la vida, incluida la educación, en donde lo que es útil para hacer o conseguir algo, es privativo, frente a lo que no se considera como tal, tanto en el diseño curricular como en otras esferas de la praxis educativa (Cortina, 2015) .

Otras formas de entender al ser humano, otras concepciones antropológicas, incompletas, están a la orden del día, como puede ser el hedonismo, para el que el ser humano se reduce a la esfera de lo sensorial, del placer, y donde hay poco lugar para el esfuerzo, ignorando que además del placer, deberemos abrir espacios para la alegría y la felicidad, que se rigen por otras normas. Todas ellas impregnan, con distinto peso y manera, no sólo los contextos sociales y educativos, sino también el propio proceso educativo, por cuanto afecta a las pretensiones de los agentes y al tipo de persona que se quiere formar. Y ello, querámoslo o no, explica, en buena medida, gran parte de los problemas que se dan en la conducta de los individuos y de los grupos, de los estudiantes y de los centros, y de la sociedad en su conjunto (Mayor, 2009) . Por ello, en un tiempo que se caracteriza por la llamada cultura postmoderna, teñida de individualismo, de contradicciones, de relativismo, de utilitarismo y de un largo etc., es necesario reivindicar en todos los órdenes y, en concreto, en el ámbito educativo, una concepción del ser humano en la que ninguna de las dimensiones quede fuera, en la que no se margine nada esencial de lo que es y lo constituye.

1.1. La persona en el centro

Hoy, más que nunca, la educación necesita poner a la persona en el centro de sus preocupaciones e intereses, y llevar este compromiso a la praxis educativa diaria (Agís, 2015) . Ciertamente, las nuevas orientaciones educativas, en las que el modelo de aprendizaje sustituye al modelo de enseñanza, pueden ayudarnos. Qué duda cabe que si el aprendiz se convierte en el principal protagonista del proceso y la misión del docente es mediar y facilitar el aprendizaje, pueda que nos proporcione un contexto favorecedor de un proceso educativo y formativo centrado en la persona, aunque sólo con ello no sea suficiente.

En una concepción personalista el ser humano es considerado como una unidad biológica, psicológica y social que intenta encontrarle sentido a lo que hace, incluida a su propia vida (Küppers, 2013) . En esta concepción, el ser humano está por encima de todo lo mundano, es fin en sí mismo y no medio.

En consecuencia, la educación deberá tener en cuenta todas las dimensiones señaladas, pues responden a la propia naturaleza del ser humano y así podrá contribuir al pleno proceso de personalización que, por supuesto, va mucho más allá del simple proceso de socialización. La cima de este proceso es la autorrealización personal que no es otra cosa que la actualización de todas las potencialidades. Misión, ciertamente difícil, pero sabedores de que el hecho de no poder alcanzar la cima no nos libera de tratar de alcanzar la cota más alta, acorde con nuestras capacidades, conscientes de que todos somos diferentes, pero todos somos educables (Shaffer, 2002) .

En la travesía educativa (y vital) se parte de un punto, se zarpa de un puerto y se pretende llegar a otro de arribada. Parece lógico y sensato que los pasajeros, antes y durante la travesía, tengan claro que el navío en el que se embarcan se dirige al puerto al que están interesados llegar. Y a nadie debe extrañarle que pregunten por las condiciones del viaje. En el caso de los menores de edad, esta responsabilidad deberá ser asumida por los padres o tutores legales.

Por todo ello, parece evidente que los que asumen la responsabilidad de los menores tengan claro a donde tal pasaje se dirige, y esto traducido al lenguaje educativo se llama Proyecto Educativo. No son misiones suyas ni las labores propias del Puente de Mando ni de la Sala de Máquinas, que requieren unas capacitaciones especiales y que están encomendadas a expertos, a especialistas, que en el lenguaje escolar constituyen el Proyecto Curricular. Y cuando estas responsabilidades se confunden suelen surgir problemas, y cuando no se asumen pueda que nos sorprendamos de que los hijos terminen desembarcando en puertos desconocidos o no previstos. De ahí la gran necesidad de que el desencuentro que, en gran medida, se da en la actualidad entre la familia y la escuela, se supere en todos los órdenes, con el fin de alcanzar, con la sinergia de todos, los mayores réditos educativos, convencidos de que la falta de diálogo y de entendimiento, sólo puede traer desmotivación y otros males que dificultan o inhiben el crecimiento personal de hijos y alumnos (Pérez Gómez, 2012) .

Hasta aquí nos hemos referido a la fundamental importancia de contar con una concepción del ser humano en la que no se excluya nada importante de lo que es y significa, y, por ello, hemos enfatizado la necesidad de poner a la persona como referente fundamental.

2. Crecer y desarrollarse en la sociedad del S. XXI: Los retos de la educación

La educación, en la actualidad, ya no es un artículo de lujo, sino un derecho básico de primera necesidad. Esta situación es el resultado de un largo proceso histórico que, partiendo de los tiempos en que la educación era un privilegio de unos pocos, toma cuerpo más tarde en instituciones, (llegando a un gran número de personas y sectores sociales), hasta alcanzar el estatus de función pública en los modernos ordenamientos, y constituir un derecho de todos y una obligación. Si esto es verdad, también lo es el hecho de que las exigencias formativas son cada día mayores, de que se garantiza una enseñanza básica obligatoria y gratuita, y de que la igualdad de oportunidades de acceso a la educación está garantizada para todas las personas. En efecto, los rasgos de esta nueva sociedad de comienzos de siglo, es el resultado de los profundos cambios experimentados por la anterior sociedad centrada en el progreso, confiada en el poder de la ciencia y de la razón, y amparada por el orden. Aquella sociedad, ha dejado paso a ésta que presenta nuevos retos, pero llena de contradicciones y paradojas que, por contraste con la anterior, se llama postmoderna (Aguado Odina, 2006) . Esta mezcla de ilusionantes promesas e inquietantes incertidumbres se deja ver en un gran número de actividades humanas (globalización, proyectos de carácter científico, revolución tecnológica, poder de la imagen, mercado laboral, etc.) que obligan a las instancias educativas a formar a otro tipo de profesionales capaces de asumir rápidamente nuevas y diferentes responsabilidades (Beltrán y Pérez, 2003) .

En este contexto, las nuevas tecnologías de la información y la comunicación juegan un papel muy importante, transformando todos los ámbitos de la sociedad, y obligando a rediseñar los sistemas educativos y, más en concreto, el proceso de enseñanza y aprendizaje (Van Povedskaya, 2012) .

2.1. De la sociedad industrial, a la sociedad de la información y de la inteligencia: luces y sombras

Esta nueva sociedad, con sus luces y sus sombras, ha ido ganando terreno, como sociedad avanzada y, en función de los retos que tiene que asumir, recibe diferentes nombres, identificándose como sociedad de la información, del conocimiento, del aprendizaje o de la inteligencia. Y así, mientras en la sociedad industrial la energía era el recurso principal, en esta nueva sociedad es la información; y mientras aquella potenciaba el cuerpo (prótesis corporales), con los instrumentos propios, como coches, trenes o aviones, ésta potencia y amplía la mente, ya que la información puede estar en varios sitios a la vez (prótesis mentales). Asimismo, esta sociedad de la información se caracteriza por redes de comunicación globales, y bancos de datos que continuamente se están renovando. Con la nominación de la sociedad del conocimiento se pone el énfasis en la elaboración de los datos en estructuras de sentido, y en la fuerza del conocimiento como generador de nuevos conocimientos. Asimismo, con la denominación de sociedad del aprendizaje se pretende resaltar la importancia del aprendizaje a lo largo de toda la vida, convirtiéndose el aprendizaje en un compromiso por parte de todos. La rapidez de los acontecimientos ha generado la denominación de la sociedad de la inteligencia para destacar la idea de la inteligencia distribuida y compartida, ya que la capacidad de las personas para resolver problemas o alcanzar mayores niveles de bienestar va a depender de los grupos a los que pertenece a lo largo de la vida. Así pues, nos toca vivir en una sociedad en la que la formación, la educación, está en la base de la vida profesional, laboral y social, y también de la técnica y de la comunicación, y, por ello, es tan necesaria para las personas y las sociedades.

Al mismo tiempo, y junto a estos rasgos positivos, la sociedad actual presenta otros que no lo son tanto y que constituyen verdaderos retos para la educación (De Gregorio, 1993) . Uno de estos rasgos que caracteriza a la sociedad es el disociacionismo, que impacta de lleno en todo lo educativo. En la educación de los hijos se disocia el tener y el saber, del ser; el existir del consistir; los rendimiento académicos útiles, del crecimiento como personas. Esta carencia de visión unitaria ha conducido paulatinamente a una división de funciones y responsabilidades, hasta el punto de desdibujarse los roles de los agentes educativos, asumiendo la familia tareas que compiten a los profesores o viceversa, o asumiendo el Estado decisiones que no le corresponden. En efecto, en determinadas sociedades el Estado se identifica, o corre el peligro de identificarse con el principio universal de la racionalidad, del sentido ético, de la verdad histórica o de esperanza religiosa para sus ciudadanos. En este caso, la soberanía que reclamamos para él no puede convertirse en razón para una determinación oficial de todo lo que hay que pensar, saber, creer y hacer. Y con más frecuencia de la deseada, se observa, a veces de forma solapada, que en los diseños curriculares emanados de administraciones educativas, se proyecta un modelo de hombre a formar en la escuela, indicando lo que debe saber y practicar o lo que no debe saber y practicar.

Por otra parte, la frecuente aparición de soluciones tecnológicas sorprendentes a determinados problemas, genera en muchas personas la convicción de que todo es posible con estos medios, convicción que empieza a ser preocupante cuando se convierte en tecnologismo, cuando revierte en un sistema autónomo y cerrado. Los principios que rigen el pensamiento tecnológico o el razonamiento instrumental son el principio del hacer y de la utilidad, y cuando este pensamiento se convierte en único, toda la realidad queda sometida a esta nueva metafísica del hacer y de la utilidad, donde solamente es verdadero, bueno y bello, aquello que es útil. Reducida la educación a la utilidad, queda supeditada a términos contables y su éxito se medirá por sus rendimientos económicos. De la misma manera, cuando el pensamiento tecnológico-utilitarista, se convierte en una categoría única y cerrada da lugar a otro rasgo característico de nuestras sociedades, lo que algunos autores llaman “lo transitivo-permanente”. En este caso, se traslada a todas las realidades el parámetro valorativo del artefacto; lo que hoy vale, mañana puede no valer; sólo debe ser tenido en cuenta lo bueno y lo joven; no importa tanto que las cosas sean bellas cuanto estén de moda; no valen las ideas por su verdad, sino por su actualidad. De esta manera, el ideal de vida del hombre transitorio será estar en la “movida”, y el resultado es un tipo de persona sin herencia y suspendida en el vacío. Difícilmente pueden padres y educadores ser transmisores de valores, quedando relegada su misión a suministrar bienes de consumo, a procurar posición social y a actuar desde un nihilismo disfrazado de tolerancia.

De esta manera, al ignorar el utilitarismo y la transitoriedad las categorías del ser y apreciar sólo las de tener y las de estar, y al asumir los poderes públicos competencia que no le son propias, configuran una persona anónima, pública e intervenida, vaciándola de su interioridad y quedando convertida en masa amorfa dispuesta para la manipulación, sometida a la información estándar y al pensamiento homogeneizado de los “mass media”, emergiendo así las conductas gregarias que consagran el primitivismo ético. Evidentemente, no es el mejor escenario para acometer un proceso educativo de calidad tendente al pleno desarrollo personal de nuestros jóvenes. En estas condiciones y con la ausencia de las resonancias interiores que proporciona la intimidad personalizadora (frente a la exterioridad homogeneizadora) se hace difícil percibir el reto de las propias responsabilidades.

Para terminar, otros rasgos característicos de nuestra sociedad tienen que ver con el principio de autoridad y con la lacra que supone la violencia en la vida de las personas y de la comunidad. Vivimos en una sociedad que ha pasado bruscamente del principio de autoridad en el que se amparaba a una gran permisividad, en la que se presentan borrosos los contornos entre lo que se puede o no se puede, entre lo permitido y lo prohibido, y esto no es el mejor contexto para la educación. Y, por otra parte, la violencia presente en todos los ámbitos de nuestra vida, es una lacra de esta sociedad pues sabemos que la violencia engendra violencia, produce desensibilización por lo que progresivamente se sube el umbral y produce victimismo (Currás y Dosil, 2000) .

2.2. La necesidad de un nuevo diseño educativo en el que se redefinan perfiles y roles

En esta sociedad de profundos cambios, en esta encrucijada histórica, la respuesta que deberá dar la educación, para ser fiable y creíble, pasa por presentar un nuevo diseño educativo en el que se redefinan los perfiles y roles de los agentes educativos, en la línea de lo aportado paginas atrás que no es otra que el exigido por la propia dinámica y desarrollo de la Psicología de la Educación y de la propia educación.

El alumno, ya no podrá mantener una postura puramente receptora, no se limitará únicamente a almacenar, repetir y reproducir los datos, sino que deberá planificar sus tareas, transformar los datos informativos en conocimiento, desarrollar estrategias de aprendizaje y transferir lo aprendido a otros contextos y situaciones. Al mismo tiempo, deberá superar esa falla de la educación tradicional, esa división entre lo intelectual y lo emocional. Es necesario integrar los dos lenguajes, los dos mundos; es necesario tener en cuenta el enfoque del cerebro pleno (Siegel 2014 ; Siegel y Bryson, 2011 ).

El papel del profesor en este nuevo diseño ya no será el de simple transmisor de información, sino el de facilitador y mediador, facilitando el aprendizaje significativo de los alumnos.

En cuanto a los contenidos (lo que se enseña y aprende) tal vez deberíamos tener presente el principio de la economía de la enseñanza que ya Ortega nos recordaba, en el sentido de que no hay que enseñar todo lo que se puede enseñar, sino lo que se puede aprender. Y esto es especialmente recomendable en unos tiempos en los que el conocimiento que se genera es muy grande: cada dos años, se dobla la cantidad de conocimiento en cada una de las áreas de la ciencia, y, junto a ello, la caducidad que exige la permanente actualización de las áreas científicas. Y al tiempo, habrá de tenerse presente el valor del conocimiento como capacidad, pues una vez construido constituye una nueva capacidad para el que lo aprende: la capacidad de hacer algo con ese conocimiento, no sólo el hecho de pasar de no saber a saber.

Finalmente, el contexto (o donde se aprende y se enseña) también necesita un replanteamiento serio. Sabemos de su importancia en la adquisición de los conocimientos, y también es patente que el equipamiento tradicional de alumnos, poco tiene que ver con la vida y menos con la pedagogía, ya que con frecuencia obedece a criterios administrativos y no educativos. Se observan ciertos avances, todavía no suficientes en este terreno, como consecuencia de la concepción del aula como espacio abierto y flexible. El espacio abierto resulta de la unión de varias aulas tradicionales, sin divisiones, que crean un espacio común para profesores y grupos de alumnos, al tiempo que el espacio flexible permite una enseñanza más personalizada posibilitando que el alumno avance de acuerdo a su particular ritmo de aprendizaje. Las comunidades de aprendizaje, en las que todos aprenden y todos enseñan plantean nuevos modelos educativos e integran las tecnologías en el aula. En este nuevo contexto asistimos al tránsito de la construcción individual del conocimiento a la construcción social del mismo.

Los cambios en el perfil y rol de los agentes educativos, tienen que estar en consonancia con los objetivos educativos que las circunstancias también exigen. Si la meta del aprendizaje en el pasado ha sido la adquisición de conocimiento (más bien escaso, y con pocas fuentes de información, que el profesor transmitía), en la actualidad, su inmensa cantidad, la abundancia de fuentes, la exigencia de aprendizajes significativos, entre otros motivos, hace que el conocimiento ya no sea suficiente como meta de la educación; de ahí que sean muchos los que hayan fijado como objetivo y meta, el desarrollo de la inteligencia y del pensamiento, y su enseñanza (Dosil, 2014) . No obstante, y a pesar de las ventajas que esto supone, la investigación educativa evidencia que esto no es suficiente, pues en nombre de la inteligencia se han cometido muchas atrocidades, de ahí que exista un gran consenso en que al tiempo que se trabaja en esto, se incluya el desarrollo de los valores como plataforma de seguridad y garantía de supervivencia, ya que existe una gran desconfianza en dejarle este cometido sólo a la inteligencia. De esta manera, la asimilación integrada del conocimiento, de la inteligencia y de los valores, a la que llamamos sabiduría, constituiría la meta última del aprendizaje (Guilligan, 1982 ; Habermas, 1991 ; Kohlberg, 1976 ; Piaget, 1932 ; Turiel, 1983 )

3. Recursos y respuestas desde la Psicología para una educación de calidad que contribuya al crecimiento y al desarrollo personal

Las respuestas que pueden darse para la mejora del proceso de enseñanza-aprendizaje son muchas y variadas. Vamos a circunscribirnos a algunas de estos recursos y respuestas que pueden darse desde la Psicología para una Educación de calidad (Beltrán y Pérez, 2003 ; Sánchez y Dosil, 2012 ; Dosil, 2020 ).

– Confiar en las posibilidades del alumno (Kanter, 2006) . Es la primera de las condiciones para que la intervención educativa sea exitosa. Aprovechar el impulso que todos tenemos de ser capaces y competentes, y que Rosenthal y Jacobson (1963)  han ilustrado al hablarnos de la profecía que se cumple por sí misma, puesto que decirle a un alumno que no puede o admitir que diga que no puede, es la mejor manera de confirmar su incapacidad.

– Aprovechar el ansia de explorar y conocer, que ya desde los primeros años tienen los niños. La retahíla de preguntas que es característico de los pequeños podemos reforzarlas o rechazarlas y, de esta manera, estaríamos potenciando o debilitando esa ansia de aprender y de explorar.

– Enseñarles a asumir determinados riesgos. A veces, lamentablemente, los estudiantes reciben algún tipo de castigo por arriesgarse, y sabemos que es bueno que conozcan los beneficios que ello acarrea en la actividad científica y en las relaciones sociales.

– Generar pautas de comportamiento para perseguir metas a medio y largo plazo, sin verse sometido a la gratificación inmediata. Demorar la gratificación arroja beneficios de todo tipo (Mischel, 1989) , pues lleva a instalar al estudiante en la cultura del ser, frente a la del tener (Tracy, 2004) .

– Establecimiento de límites, que le permiten al estudiante diferenciar con nitidez lo que está y lo que no está permitido. De esta manera, los alumnos pueden canalizar sus energías y no perderse en ambigüedades. El establecimiento de normas y reglas debe ser un compromiso de educadores y educandos, como recurso facilitador del aprendizaje y del éxito en cualquier ámbito de la vida.

– Autonomía y asunción de las propias responsabilidades. Los resultados de las investigaciones nos dicen que las personas que así se comportan (internas) están mejor adaptadas a la realidad y obtienen mayores éxitos académicos, y son más tenaces y sacrificadas por alcanzar metas más elevadas en consonancia con sus capacidades y posibilidades (Rotter, 1966) .

– Encontrar lo que a ellos verdaderamente les gusta. No siempre es tarea fácil identificar y ayudarles en ese reconocimiento, y posibilitarles a que desarrollen esas aficiones, intereses y capacidades. Las investigaciones confirman que las personas más creativas son aquellas que están más motivadas intrínsecamente, de ahí lo negativo que es suplantar sus intereses por el de los profesores o padres.

– Apoyarles para que lleguen a controlar sus propias necesidades. No es tarea sencilla pero es un buen signo de madurez personal y un buen indicador de la calidad de la educación. En tiempos de fiebre consumista, en el que prima la cultura del tener, la educación debe ser una de las palancas para que la moral del equilibrio, del dominio personal sobre las cosas y sobre uno mismo, sustituya a la moral del éxito y del triunfo fácil, y todo ello pasa por diferenciar lo que es necesario de lo que es superfluo, ayudando, de esta manera, a formar una conciencia clara de lo que es la escasez de bienes y la solidaridad humana (Rivas Torres, López Gómez y Taboada Ares, 2012) .

– Enseñarles a tener en cuenta a los demás, ponernos en su “piel”, en el punto de vista de los otros. Cultivar la empatía es otro de los grandes recursos. No siempre la brillantez académica correlaciona positivamente con el éxito en la vida y, con frecuencia, se debe a la incapacidad de comprender el punto de vista de los demás (Giménez-Dasi, Fernández y Daniel, 2013) .

– El cultivo del afecto en niños y adolescentes. El afecto que tiene muchas dimensiones y adopta formas distintas constituye la plataforma de seguridad para un desarrollo armónico y su carencia puede provocar una desconfianza básica poniendo en peligro su horizonte vital (Bermudez, 2003) . Su importancia crucial desde el primer momento de vida es evidente (Rof Carballo, 1976)  y su carencia o privación puede teñir de negatividad y desconfianza su futuro (Spitz, 1971) .

– Proporcionarles una visión de la educación que dé respuesta globalizada a las necesidades y exigencias del ser humano. Al constituir el ser humano una unidad bio-psico-social como queda dicho que necesita encontrar sentido a lo que hace en las cosas pequeñas y en las grandes, y hasta de su propia vida (principal fuente de motivación), la educación deberá dar respuesta a las necesidades que estas dimensiones presentan, teniendo en cuenta el progresivo nivel de desarrollo que va alcanzando el alumno, y la libertad y responsabilidad que debe regir sobre temas que, en ocasiones, puede trascender lo que la propia ciencia nos depara. La educación no puede ser de calidad si omitiese alguna de sus dimensiones. (Dosil, 1995 a) .

– La importancia de la figura y el rol del profesor: Y si todo lo que venimos diciendo constituyen respuestas eficaces a los retos que hoy la educación presenta, la importancia que el propio profesor tiene, su formación, su entrega y su buen hacer, resulta a todas luces crucial. Cualquier mejora que se pretenda en el proceso de enseñanza-aprendizaje, o de mejora del sistema educativo, no será eficaz si no se cuida adecuadamente la figura y el rol del profesor, que no puede quedarse exclusivamente en suministrar información, sino que deberá comprometerse e identificarse con lo que hace. Cuando esto ocurre, los estudiantes se hacen más creativos y originales, el profesor disfrutará enseñando, y esto hará que los estudiantes entiendan que aquello merece la pena y, de esta manera, puede que le ayude a que también él intente otro tanto en el aprendizaje, a que le “robe” los valores que encarna, y pueda que sea la gran huella que el profesor deje en la vida de los alumnos.

– La participación de la familia: Finalmente, si queremos contribuir al crecimiento y desarrollo personal de nuestros niños y jóvenes, y dar respuesta a los retos de nuestro tiempo para así alcanzar los objetivos que exige una educación de calidad, es del todo necesaria la participación de la familia, bien de los padres o de quien asume esa responsabilidad (tutores). Los padres, como primeros y principales responsables de la educación de los hijos tienen un papel fundamental en su proceso formativo, debiendo participar al máximo en la medida que le es propio (Dosil, 1995 b) .

Autor: Agustín Dosil
Catedrático y Académico

Desempeñó varios cargos directivos de la Facultad de Psicología de la Universidad de Santiago de Compostela.  Actualmente es Presidente de Familias Mundi y Rector de la Universidad LiberQuaré.

contacto@iberofam.org

33-2527-3040

Aviso de Privacidad

Alianza Iberoamericana de la Familia | 2019

Síguenos en redes sociales